Historial

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Historia del Concurso de los Grandes Aficionados de Piano

Tenemos hoy muchísimo gusto en presentar el Concurso Internacional de los Grandes Aficionados de Piano. Concurso Internacional, en efecto, ya que desde su creación, en 1989, del mundo entero han acudido alrededor de mil candidatos. Cuando se ejerce una profesión, cuando se es médico, abogado o empleado, cuando se atraviesa un continente, partiendo de California, el Perú o Azerbaiyán, para venir a tocar algunos instantes en París, ¿qué mueve realmente a los candidatos? Sin duda alguna, el anhelo de formar parte –mancomunados y en un mismo idioma– de algo único y singular en el panorama musical internacional.

Y esto es así porque, a decir verdad, el Concurso de los Grandes Aficionados es un «anticoncurso». No hay aquí lugar para la competencia, apenas si lo hay para la competición y menos aún para la rivalidad. En música, como en todas las artes, la noción de «mejor» tal vez tenga sentido mientras dure un concurso, pero no mucho más allá. Si un candidato llega a tener un «adversario», el único, probablemente, sea él mismo…

El Concurso de los Grandes Aficionados: un anticoncurso

CNunca hemos dejado de desarrollar esta idea, no sólo entre los candidatos, sino entre candidatos y jurado: desde el comienzo, el «juntos» primó sobre el «frente a frente». Incluso durante las pruebas, el Concurso hizo todo lo posible para que se multiplicasen los contactos entre jurado, prensa y candidatos. A quienes buscaban un consejo a veces se les llegó a sugerir que consultaran al jurado, a los pianistas o los artistas, con el único propósito de dar lo mejor de sí en el transcurso de las pruebas o el día de la final. Nos viene a la memoria aquel ganador del Concurso que Georgy Cziffra acogió en Senlis, dos o tres días antes de la prueba final, para «dar el último toque» a la Sonata de Liszt; recordamos también a aquel médico alemán que recibió esclarecedores consejos de último momento. En cualquier otra circunstancia, se habría denunciado la existencia de favoritismo; en ésta, el bien de unos contribuía al placer de todos.

Para que se comprendiese esta filosofía era necesario el respaldo de un jurado de reconocida trayectoria, justo y probo. Puedo asegurar que siempre fue así. Siempre creí en la capacidad y la integridad de los miembros del jurado designado. Como decía un tal Eugène Delacroix, en 1831*, se trata de «encontrar jueces, jueces libres de pasiones y prejuicios, que de ningún modo favorezcan a sus amigos en detrimento de los demás y que breguen únicamente por la justicia y en beneficio del arte.»

Uno de los miembros más fieles del Concurso fue, indiscutiblemente, la Señora de Rubinstein, quien supo de nuestro evento desde el momento mismo de su creación, lo alentó con fervor y se convirtió en una consecuente integrante del jurado. También fue permanente su entusiasta presencia a nuestro lado. «¡A Arthur le hubiera gustado tanto!», me confió un día.

Hasta tal punto el Concurso de los Grandes Aficionados logró promover el espíritu de armonía y buen humor, la atmósfera de «comunión» generalizada, que un año llegamos a proponer que las deliberaciones fuesen públicas. Algunos miembros del jurado se opusieron –seguramente, desde su punto de vista, tenían razón–. Uno puede ser justo sin por eso dejar de ser reservado. Desde luego, tanto durante el Concurso como después de finalizado se forjaron lazos de amistad. La mayor parte de aquellos vínculos siguen afianzándose, lo que es aún más encomiable si se tiene en cuenta que, en determinado momento, algunos de los candidatos pretendieron llegar a ser el número uno, el mejor, o a encontrarse entre los mejores. Agregaría yo que cuando se ejerce una profesión, los conocimientos, sumados a la experiencia, terminan por acumularse. Un artista, en cambio, suele quedar librado a un sempiterno interrogante: la pérdida constante de la técnica, de la propia capacidad y hasta del propio saber, como si se tratase de un fluir que se agota con el tiempo. Para un artista, una obra trabajada un año atrás ya está olvidada; pero un médico –es al menos de esperar– no habrá perdido nada de su arte ayer aprendido.

Un jurado de renombrados pianistas

Numerosos han sido los pianistas que espontáneamente aceptaron formar parte del jurado. ¡Qué lista espléndida! Entre el voto del jurado, el voto del público y el voto de la prensa, la unanimidad siempre fue la regla; el desacuerdo, la excepción. Para el Concurso es renovada causa de orgullo acoger a un jurado de pianistas que sobrados motivos tendrían para estar ausentes el día que solicitamos su presencia, absorbidos por sus giras y conciertos, ocupados con sus alumnos o, simplemente, disfrutando del descanso dominical. No obstante, cuando los invitamos, todos respondieron presente, y con frecuencia se tornaron fieles miembros del jurado –¡prueba de que no forzosamente le temen a la música!–. Pienso en artistas como Laforêt, Duchâble, Beroff, Biret, Queffelec, Boukov, Weissenberg y Ciccolini o en profesores insignes del Conservatoire national supérieur de musique como Sabine Lacoarret y Germaine Devèze.

El jurado de la prensa: cuarenta críticos musicales del mundo entero

La prensa, tan pronta en el arte de la crítica, ha apoyado activamente nuestro evento en el mundo entero. Pese a su habitual virulencia para con los profesionales, en todo momento fue indulgente al referirse a los grandes aficionados. Unos trescientos ochenta artículos de prensa (quizá más, si tuviéramos conocimiento) han encomiado el Concurso, así como sus peculiares características, sin precedentes. Dos artículos, que ya han quedado en el olvido, presentaron una nota discordante. Los primerísimos artículos publicados en Le Républicain Lorrain, Les Dernières Nouvelles d’Alsace y Ouest-France nos produjeron tanto agrado como las reseñas más recientes publicadas en los principales exponentes de la prensa estadounidense, alemana y japonesa. Gracias a sus autores, el Concurso goza hoy de una verdadera repercusión internacional y, por encima de todo, tiene la gran satisfacción de poder recibir, año tras año, a candidatos de todo el mundo.

Dinero y mecenazgo

No hubiera sido posible promover el Concurso de los Grandes Aficionados sin el respaldo de colaboradores asociados como Radio France o, en la actualidad, Radio Classique y France 2 (no pocas horas de emisión le habrá dedicado al Concurso la periodista musical Eve Ruggieri, quien habrá de presentarlo en repetidas ocasiones). Tampoco se hubiera podido cristalizar sin los mecenas de la comunidad financiera. Gracias a la ayuda de unos y otros pudimos realizar la velada de los Grandes Aficionados, durante la cual los ganadores tocaron con orquesta bajo la batuta de Georges Prêtre y del director norteamericano George Pehlivanian en la Sorbona.

Asimismo, la Orquesta Sinfónica de la Guardia Republicana francesa, que dirige el maestro François Boulanger, invita periódicamente a los ganadores. El Ministerio de Cultura de Francia es, por su parte, un padrino fiel del Concurso. Todos los años le otorga una subvención, «simbólica», por cierto, aunque cabe recordar que, hoy por hoy, en materia de finanzas públicas, es bien difícil arbitrar presupuestos… La próxima final se celebrará el sabado 23 de marzo de 2019 a las 17:00, con el activo apoyo de BNP PARIBAS Investment Partners. Jurado, prensa y mecenas son el indispensable nervio del Concurso de los Grandes Aficionados; los candidatos, su alma. Nuestro movimiento reúne hoy día a unos 20.000 amigos y fieles seguidores en cincuenta países, público suficiente para atiborrar el Théâtre des Champs-Elysées o el Carnegie Hall… Modestamente, nos proponemos continuar con la misma perspectiva, para bien de todos y de cada uno y, si es posible, para bien de la música.

* Carta sobre los concursos.

Gérard Bekerman